por:
Jose Luis Zambrano
Katerine Orbe
Vivimos en un planeta interconectado, no solo en aspectos tecnológicos, económicos y sociales, sino también en aspectos ambientales. La pandemia del COVID-19 ha puesto al mundo a meditar sobre las consecuencias del principal modelo de producción de alimentos, donde no solo el bosque y la biodiversidad se ven afectados, sino también la salud de los humanos con devastadoras consecuencias.
Según la FAO[1], 70 % de las epidemias que han afectado a las personas en los últimos años son de origen animal, conocidas como zoonóticas, y están relacionadas directamente con la expansión de tierras agrícolas y ganaderas en áreas de bosque. Varios estudios refieren que estas enfermedades están relacionadas con la deforestación y la consecuente pérdida de hábitats de animales silvestres y la biodiversidad que los rodea; ya que, ante la pérdida de su medio natural, las especies deben migrar a zonas rurales donde el contacto con la ganadería, la pobreza rural y el ambiente generan una presión de selección que favorece a las mutaciones, sobre todo de virus y microrganismos, que permitirán la adaptación a este nuevo ecosistema. Estos cambios en la estructura genética de los microrganismos permiten una rápida adaptación a nuevos hospederos, como el ser humano o animales domésticos, causando afecciones a la salud y en ocasiones la muerte. Las fluctuaciones de clima y el cambio climático tienen un impacto directo en la supervivencia de este nuevo patógeno, de sus portadores y vectores, influyendo en sus patrones de reproducción, migración y transmisión. La dispersión de estas enfermedades es en la actualidad muy rápida por la globalización y movilización del ser humano, que se encarga de distribuir a una escala mundial y en un corto tiempo a estos nuevos patógenos, vectores y portadores.
El ser humano a lo largo de su historia ha sufrido varias pandemias causadas por microorganismos que han causado millones de muertes en diferentes etapas de la historia; entre las enfermedades virales del siglo XX y XXI se destacan:
- La Gripe Española de 1918, que se reportó por primera vez en Kansas, Estados Unidos y se diseminó por Europa. Fue considerada como una de las peores pandemias de la humanidad afectando millones de personas, aunque no se conoce a ciencia cierta los datos precisos. Esta enfermedad fue causada por un virus de la influenza A, que mutó y afectó al ser humano y animales domésticos.
- El Ébola, que inició en la República del Congo y Sudán del Sur en 1976, es una de las enfermedades que provoca una dolorosa afección corporal y con un nivel de mortalidad del 50 % [2]. Este virus se transmite por el contacto de fluidos corporales de animales silvestres infectados; se relaciona principalmente con los murciélagos, monos, chimpancés entre otros animales silvestres.
- La gripe porcina, causada por una variante del virus de la influenza A, que es una variante de la cepa A1H1 que afecta a los cerdos y una cepa que afecta a las aves. Este virus tuvo un cambio en su genoma que le permitió adaptarse al ser humano, provocando una mortalidad del 0,03% de los enfermos[3].
Entre las enfermedades virales zoonóticas mejor estudiadas desde el punto de vista de su asociación con el bosque están la fiebre amarilla y el dengue. La fiebre amarilla infecta alrededor de 200.000 personas al año, con una mortalidad del 15 %[4]; mientras que el dengue infecta a unos 96 millones de personas al año, con una tasa de mortalidad promedio del 2,5 %[5]. Los virus que causan estas enfermedades mantienen un ciclo de transmisión natural entre monos y mosquitos. Los brotes de fiebre amarilla y dengue en un inicio estuvieron relacionados con la expansión en el bosque de asentamientos urbanos para realizar labores forestales y agro productivas, mientras que en la actualidad estas enfermedades afectan también el área urbana, ya que el virus mutó y se adaptó del mosquito selvático al mosquito doméstico (Aedes aegypti). Los factores ambientales, principalmente excesos de lluvia, contribuyen a la aparición de las epidemias.
Al momento no existe un consenso científico sobre el origen del virus SARS-CoV-2, causante del COVID-19; sin embargo, las teorías apuntan a que es producto de la mutación y evolución natural que le permite al virus adaptarse a diferentes hospederos. Una de las teorías más difundidas sobre el origen del virus, basada en comparaciones genómicas realizadas con otros aislamientos de virus similares, indica que el virus pudo haber mutado de murciélagos o pangolines y ser capaz de infectar a humanos. De esta manera han surgido brotes previos de enfermedades respiratorias causados por otros coronavirus, en personas que contrajeron la enfermedad luego de una exposición directa a civetas y camellos, como es el caso de la enfermedad del SARS y del MERS, respectivamente.
Los murciélagos y pangolines son habitantes típicos del bosque. Los murciélagos desempañan un papel ecológico vital, ya que son polinizadores, propagadores de semillas, controladores de insectos y pequeños vertebrados; mientras que los pangolines comen hormigas, termitas y larvas, ayudando a mantener al equilibrio natural del bosque. La deforestación elimina el hábitat natural de estas especies y el conjunto de plantas e insectos que les sirven de alimento. Por si fuera poco, estas especies son cazadas y consumidas en China y otros países del Asia al ser consideradas platos tradicionales, delicatesen o por supuestos efectos benéficos para la salud. No es de extrañar que estos animales tengan que migrar ante la invasión y destrucción de sus hábitats.
La tala de bosques y pérdida de diversidad no es ajena a nuestra región, cuatro de los 10 países con mayor área de deforestación en el mundo están en Latinoamérica. Datos de la FAO indican que la superficie forestal en Latinoamérica disminuyó del 51,3 % de la superficie terrestre al 46,4 % entre 1990 y 2015, representando 96,9 millones de hectáreas. Brasil lidera el ranking mundial con 1´347.132 hectáreas deforestadas en el 2018. Colombia, Bolivia y Perú acompañan a Brasil en el top ten con pérdidas de alrededor de 471.000 hectáreas deforestadas[6]. El año anterior, los incendios forestales en el Cerrado y la Amazonia brasileña aumentaron un 85 %, afectando por lo menos 2,5 millones de hectáreas; mientras que en Bolivia los incendios afectaron 1,5 millones de hectáreas. En Bolivia, la mayor pérdida de bosques se da en El Chaco donde son convertidos en pastizales para la ganadería a gran escala; mientras que en Colombia y Perú la mayor pérdida se da en la Amazonía, donde la principal causa es la explotación maderera y la agricultura.
El consumo de animales silvestres no es ajeno a nuestra región. En ciertas partes del Caribe y de la Amazonía, donde por hábitos culturales o porque se le atribuyen propiedades medicinales, es frecuente el consumo de tortugas hicoteas, iguanas, caimanes, armadillos, monos, ciervos, tapires, culebras y águilas.
La necesidad imperante de producir más alimento está presente en todo el mundo, utilizando en la mayoría de los casos modelos de producción extensivos en áreas que antes eran bosques, exponiendo a personas y animales domésticos a enfermedades zoonóticas propias de la fauna silvestre, con consecuencias catastróficas. La solución o prevención de futuras pandemias debe considerar un enfoque holístico, donde la protección de bosques y de su biodiversidad deben de ser parte de los esfuerzos mundiales para la protección de la salud de las personas. Es imprescindible mirar nuevos sistemas de producción que incrementen la producción de alimentos sin necesidad de expandir el área cultivada. Debemos cambiar el enfoque productivista a un enfoque más sostenible, considerar que somos parte del ecosistema y lo que lo que pasa en el bosque, afectará al campo y las ciudades; y lo que pase a una ciudad, afectará a la humanidad.
[1] FAO. 2013. World Livestock 2013, Changing disease landscapes. Rome.
[2] OMS. 2020. Enfermedad por el virus del Ébola.
[3] OMS, 2019. Pandemia H1N1 del 2009 (vírus H1N1pdm09)
[4] PAHO/OMS, 2014. Fiebre amarilla.
[5] AMSE, 2016. Dengue. Epidemiología y situación mundial
[6] FAO. 2018. El estado de los bosques del mundo. Roma.
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Sobre FONTAGRO
FONTAGRO se creó en 1998 con el propósito de promover el incremento de la competitividad del sector agroalimentario, asegurando el manejo sostenible de los recursos naturales y la reducción de la pobreza en la región. El objetivo de FONTAGRO es establecerse como un mecanismo de financiamiento sostenible para el desarrollo de tecnología e innovaciones agropecuaria en América Latina y el Caribe y España, e instituir un foro para la discusión de temas prioritarios de innovación tecnológica. Los países miembros son: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. En los últimos 25 años se han cofinanciado 195 plataformas regionales de innovación agropecuaria por un monto de US$139.7 millones, que ha alcanzado a 1809 instituciones y 35 países a nivel mundial.
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