Veinte años son muchos en la vida de una institución; un tiempo suficiente para ver si los objetivos para los que fue creada siguen teniendo sentido y si ha desarrollado o no una estructura y una agenda que le permite alcanzarlos.
En el veinte aniversario de FONTAGRO, podemos afirmar que este mecanismo de financiamiento de proyectos de innovación de la agricultura familiar en América Latina, el Caribe y España tiene plena vigencia.
Soy juez y parte de este diagnóstico, pero creo que hay razones objetivas que avalan esa opinión. La principal es que las personas a las que sirve FONTAGRO, las y los agricultores familiares, son necesarios. Más que nunca.
En el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo se constata que uno de los mayores desafíos que enfrentamos como humanidad es asegurar que una población creciente -se estima que llegará a 10.000 millones de personas en 2050- tenga suficientes alimentos para satisfacer sus necesidades.
Factores como la urbanización y el envejecimiento, el cambio climático, los conflictos, la pobreza y la desigualdad juegan en contra de la consecución de este reto crucial. De hecho, la FAO constata que, tras más de una década de disminución, la incidencia del hambre ha crecido en los últimos años: en 2016 afectaba a 815 millones de personas, el 11% de la población mundial.
La situación mundial está, pues, lejos de esa visión de una humanidad “libre de temor y de necesidad” con la que soñaron los fundadores de las Naciones Unidas y de esa sociedad global que “no deja a nadie atrás” a la que apuntan los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por los líderes mundiales en 2015.
América Latina y el Caribe no escapan a esta situación. Los datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) retratan una región en la que las conquistas socioeconómicas de principios del milenio retroceden. Si entre 2002 y 2014 el número de personas viviendo en extrema pobreza en la región pasó de 63 a 48 millones, actualmente está de nuevo en 62 millones. Muchos de ellos viven en las áreas rurales, cuyos índices de pobreza prácticamente doblan el de las ciudades (48% frente a 27%).
Si queremos trabajar para la seguridad alimentaria y luchar contra la desigualdad en América Latina tenemos que combatirlas allá dónde están: el campo. Así lo afirmaron recientemente las tres agencias de Naciones Unidas cuyos mandatos están relacionados con la agricultura y la alimentación (la FAO; el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, FIDA; y el Programa Mundial de Alimentos, PMA) y el Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola (IICA), uno de nuestros patrocinadores.
Ellas aseguraron que, para librar la pelea contra la pobreza, la desigualdad y lograr la seguridad alimentaria tenemos que apoyar a los pequeños agricultores, a quienes en nuestra América llamamos agricultores familiares. Sin ellos será imposible que se cumplan algunos ODS esenciales: acabar con el hambre y la malnutrición, eliminar la pobreza extrema y conseguir un manejo sostenible de los recursos naturales.
En todos estos campos, el papel de las y los agricultores familiares es innegable: producen la comida que abastece los mercados locales y alimenta a la gente y representan y crean los puestos de trabajo que permiten a la gente seguir anclada a sus territorios y seguir ejerciendo un manejo responsable de los recursos naturales.
Para cumplir con ese papel esencial para el bienestar de nuestras sociedades, las y los agricultores familiares necesitan el apoyo de las instituciones locales, nacionales, regionales e internacionales. Instituciones como FONTAGRO.
Durante nuestros veinte años de existencia hemos tenido un papel fundamental en la búsqueda de soluciones tecnológicas adaptadas a las necesidades y la realidad de los agricultores familiares. No somos un financiador tradicional de investigación para el desarrollo: aunque hemos movilizado la nada despreciable cantidad de 105 millones de dólares, nuestra labor principal es propiciar aventuras investigadoras e institucionales conjuntas a través de las cuales poder idear, probar e implementar innovaciones que hagan más fácil la vida de las y los agricultores familiares.
En línea con ello, nuestro plan estratégico 2015-2020 prioriza la investigación y la innovación tecnológica, organizacional e institucional, haciendo especial hincapié en el desarrollo de proyectos de adaptación y mitigación del cambio climática, de intensificación sostenible de la agricultura y de inserción de los y las agricultoras familiares en el mercado.
En este sentido, FONTAGRO colabora estrechamente con los centros de investigación que generan innovación agrícola para la región como el Centro Internacional de la Papa (CIP), el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), entre otros muchos.
Ese es nuestro aporte para que las áreas rurales de nuestra región sean territorios competitivos, económicamente viables y, al mismo tiempo, inclusivos y sostenibles. Es el único camino no solo para mejorar la vida de los millones de personas que habitan esas áreas rurales, sino para construir sociedades y países más justos y humanos.
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Autor: Armando Bustillo
Presidente de FONTAGRO para el período 2016-2018 quien finalizó su mandato en junio de 2018.
Este artículo fue publicado originalmente en el Blog «Hablemos de Sostenibilidad y Cambio Climático»del Banco Interamericano de Desarrollo, el 4 de junio e 2018.
Enlace original: https://blogs.iadb.org/sostenibilidad/2018/06/04/agricultores-familiares-mas-necesarios-que-nunca/